GRACIAS POR LA VIDA


Advertencia: todos los hechos aquí descritos son reales. Incluso los efectos finales. No siempre sabemos cómo o por qué suceden las cosas, solo las vemos suceder y para muchos eso basta. Aquí va una historia verídica.
La ciudad de Quito es una urbe algo peligrosa, como casi toda gran cabecera de Estado. Sobre todo en las noches. Y sobre todo en algunas zonas menos protegidas. Es uno de los males que afectan a las capitales. Lo que van a leer sucedió en las inmediaciones de la Universidad Andina, alrededor de las 23:30 horas, el día no es importante.
El hombre salió de la residencia de la Universidad Andina rumbo a su alojamiento, llevando una mochila a la espalda con su laptop y algunos libros para estudiar. En un bolsillo de la chamarra blanca (hace frío en Quito por las noches y casi siempre llueve) guardaba como tímida protección un estilete, de esos que sirven para cortar papel y cartulinas. La sostenía con la mano derecha dentro del bolsillo, por si un caso. Así sucedió.
Antes de llegar al parking de la Andina le interceptó un tipo alto, oscuro que pistola en mano le dijo bajito: “Ahora me das todo lo que tienes y ni hables”. Algo que se ha vuelto muy normal en muchos lados, en estos tiempos de crisis económica.
El hombre de la laptop tuvo dos segundos escasos para analizar la situación (revólver grande sin amartillar, objetos demasiados valiosos en su contenido, mano sosteniendo estilete en el bolsillo del abrigo…) y reaccionar… (“No me dejaré robar”) “Guarda eso, te voy a dar lo que quieres…” La voz sonó nerviosa.
La mano con el estilete abierto salió a cortar. A la barriga. El delincuente no esperaba eso. Se sintió cortado, retrocedió y disparó al pecho del hombre. La sangre manchó el blanco del abrigo… Llamados a los guardias… Un disparo más, sin rumbo, y el delincuente huyó. El hombre regresó a la Universidad, a punto de caerse.
La herida no fue gran cosa: un surco abierto en la carne por toda la axila izquierda en línea con el corazón. El hombre no podía creer que dos disparos a menos de un metro apuntando al pecho no lo matara. ¿Qué o quién lo salvó?
Luego no hubo más tratamiento médico que la desinfección de la herida, un antibiótico y todos los días, durante una semana, una mujer piadosa le esparció sobre la herida un polvo llamado Vibhuthi, proveniente del líder espiritual hindú Sri Sathya Sai Baba, quien, entre otras ideas importantes, defiende la validez de todas las religiones y los valores humanos. El hecho curioso es que la herida se borró totalmente, no quedó una marca, una sombra, ni para que el hombre pudiera presumir haber esquivado con sus propias habilidades y valentía las balas. Pero esto sucedió realmente. Nada es inventado. Dios es testigo. Y yo, porque soy el hombre que se salvó de morir en aquella oscura calle de Quito.
Vicente Manuel Prieto Rodríguez

Comentarios