
Si alguien miró entre las hendijas en la puerta del local donde lo llevaron todavía vivo, hubiera visto cómo lo asesinaban pretendiendo desaparecerlo. Pero lograron todo lo contrario.
Ese día 9 de octubre de 1967 en La Higuera, región de Bolivia, crecería aun más la leyenda de un hombre mítico, que generó a lo largo de estos años rechazos y adhesiones, su nombre completo: Ernesto Guevara de la Serna, para todo el mundo “Ché”.
Mucho se ha hablado de su vida: la derecha para confundir a la gente y distorsionar su grandeza, habla de asesinatos y de defectos morales ocultando la verdad; en la izquierda se habla de su vida, de su paso por la guerrilla cubana, congolesa o boliviana, leen sus obras, se identifican y muchos se denominan guevaristas. Pero todavía de ningún lado se comprende cabalmente la justa dimensión del hombre humanista, revolucionario, internacionalista que en su teoría del “Hombre Nuevo” planteaba a la juventud el reto de ser útiles a las causas de los que siempre han sido desposeídos, a través del ejemplo personal, de la entrega sin límites y de no mirar de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber.
Cabe preguntarse por qué un hombre que lo ganó todo en una Revolución, que llegó a ocupar altos puestos en el Gobierno cubano decidió dejarlo todo y continuar su quijotesca labor en lugares donde se necesitaban (y aun se necesitan) revoluciones que le devuelvan la dignidad al ser humano. Tal vez una frase suya pueda alumbrar esta actitud: “…si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es lo más importante”.
Ser compañeros, en la ideología guevariana es compartirlo todo, las ideas, el amor al prójimo, desde las cuestiones más grandes hasta las más pequeñas, como aquella vez, cuando acampando con su tropa en los predios de un campesino, éste los invitó a un almuerzo, e hizo pasar al Ché al interior de la vivienda mientras el resto de la Columna descansaba en el patio. Cuando estuvo lista la comida sirvió al Ché y los oficiales un sabroso arroz con pollo, pero antes de empezar a comer, el Ché preguntó al campesino si los demás comerían lo mismo, a lo que el interpelado respondió que no, solo había carne para él y sus oficiales, los demás comerían boniato (camote) con harina cocida. Entonces el Ché ordenó recoger la mesa y ligar el arroz con pollo con el resto de la comida para que toda la tropa comiera lo mismo.
Fue Ernesto Guevara el creador de las jornadas de Trabajo Voluntario, en las cuales, sin importar su cargo de Ministro de Industria era el primero en ejecutar las tareas más pesadas. Estos son solo dos muestras de la ejemplaridad del Comandante Ernesto “Ché” Guevara.
Así era el Ché, un hombre íntegro, que pretendía construir al hombre nuevo a través de la educación en los valores morales y revolucionarios alejado de la enajenación del capitalismo.
También era un visionario: “La nueva sociedad en formación tiene que competir muy duramente con el pasado”. Es lo que ocurre hoy en Bolivia. Los representantes del pasado se aferran a posiciones indefendibles ante el empuje del Cambio.
Si miramos con vista aguda el camino que recorremos en la defensa de quienes antes carecían de oportunidades y hoy vislumbran un futuro mejor, podremos percibir la impronta del Ché. Lo ideal sería que todos sintamos adentro la necesidad de ser compañeros, apertrecharnos de la verdadera ideología socialista guevariana y continuar su camino, que no se interrumpió aquel fatídico 9 de octubre de 1967.
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