Cuando en 2011 el Comandante
Hugo Chávez proponía y propiciaba la creación de la Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), como una alternativa de unión regional
justa y equilibrada, basada en el respeto a las soberanías nacionales, frente a
los intentos imperialistas de mantener divididos a los países del área con
tratados de libre comercio y otros engendros (como los acuerdos bilaterales
para mantener o crear bases militares yanquis en territorios latinoamericanos),
muchos vieron con escepticismo el futuro del recién creado bloque sin la
participación de la potencia más “poderosa” del mundo. El trabajo mancomunado
de los países fundadores junto a la adhesión de cada vez más países del área,
demostraron que las naciones del Sur progresivamente se convencen de la
necesidad de esa unión, que desde sus principios fundamentales respeta las
soberanías y mantiene el apoyo solidario entre pueblos hermanos.
Así llega la actual Cumbre
de la CELAC, que desde esta semana reunirá en La Habana a 33 países y excluye a
los “poderosos” Estados Unidos y Canadá, re-aceptando en sus filas a Paraguay,
que fuera separado desde la destitución en 2012 del Presidente electo, Fernando
Lugo.
Este cónclave, con tan
masiva participación en Cuba, es un claro mensaje de la no aceptación regional
de la política norteamericana de bloqueo a la isla mayor de las Antillas, no es
un acuerdo tácito, es un rechazo evidente y un espaldarazo a Cuba en su camino
hacia la reinserción regional. En este sentido es notable el esfuerzo de
nuestro país como Presidente Pro-tempore de la CELAC, por afianzar las
relaciones con Latinoamérica y el Caribe. Más allá de los designios de la OEA,
organización a la cual el país caribeño no tiene intensiones de reingresar,
Cuba ha propiciado desde acuerdos económicos y comerciales regionales, hasta
búsquedas de soluciones pacíficas a conflictos sociales, como es el caso de las
conversaciones de paz entre las FARC y el gobierno colombiano propiciadas por
La Habana en territorio cubano.
En lo económico, la
comunidad caribeña y latinoamericana reconoce a Cuba como un importante centro
de comercio regional, de ahí la adecuación del Puerto del Mariel (tristemente
célebre en Cuba por la salida en masa de desafectos a la Revolución, propiciada
por la política norteamericana hacia la isla), con inversiones brasileñas para
convertirlo en un nodo comercial de importancia.
Y es precisamente ese apoyo
de los países del área, que irrespeta al bloqueo criminal, lo que duele en los círculos
más reaccionarios del imperio y la cohorte de contrarrevolucionarios radicados
en Estados Unidos y otros satélites. Por eso la CIA y algunas “instituciones”
yanquis financian y promueven “cumbres paralelas” en Miami y La Habana (al
menos desean que sucedan), las cuales supuestamente buscan desacreditar al
gobierno cubano, pero que en el fondo solo lograrán que unos cuantos “vivos” se
embolsillen la abundante cantidad de dinero que deroga el Departamento de
Estado gringo para la subversión en Cuba y que estos repartan migajas entre el
grupito pro-yanqui que vive de la supuesta disidencia en la isla y fuera de
ella.
A pesar de esos mezquinos
esfuerzos, la unidad latinoamericana y caribeña se está convirtiendo en una
realidad contundente que asusta a los intereses monopólicos de la globalización
imperialista, sea norteamericana o europea. Si hasta un personaje ultra
conservador y neoliberal como Sebastián Piñera ha reconocido la necesidad de la
unión regional para solucionar los problemas de América Latina.
Y el Presidente de la
República Oriental del Uruguay, José Mujica, hoy presente en La Habana, observó
en 2011 que: “Ésta América con sus 600 millones de habitantes, está demostrando
las posibilidades de encajar en un mundo nuevo, donde se industrialice la
inteligencia (…) y nuestro llamado es a la unidad.”
Muchos en Latinoamérica y el
Caribe ya están convencidos de esa necesidad real, lo confirma la presencia de
33 mandatarios en Cuba para la Cumbre de la CELAC.
La Comunidad de Estados
Latinoamericanos y Caribeños demuestra dos cosas fundamentales: primero, que la
unidad Sur-Sur es posible ante los retos de la globalización occidental; y
segundo, que Cuba no está sola y sus políticas sociales, económicas y de
relaciones exteriores le brindan una confianza y un respeto internacional que
ningún grupúsculo apoyado por las desprestigiadas instituciones norteamericanas
del espionaje y la subversión podrán oscurecer.
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