La televisión y su influencia en los patrones de violencia

Por Vicente Manuel Prieto Rodríguez

Lic. Comunicación Social, Director de programas de TV, periodista.


Si nos atenemos a los medios de comunicación masiva, el mundo es un lugar muy violento. La mayor parte de las informaciones en un noticiero de una sociedad capitalista es sobre algún tipo de violencia: familiar, social, asesinatos, accidentes, manifestaciones no pacíficas, incendios, guerras de pandillas, guerras internacionales…
Algunos justifican al amarillismo diciendo que es lo noticioso, otros que sube el rating porque a la gente le gusta saber de desgracias.
Creo firmemente que el público no pide por sí solo los productos comunicativos, sino que se “adapta” y consume lo que se le da. Entonces se sobresaturan los medios, sobre todo la televisión, de temas que tratan en sus variadas formas la violencia, muy pocas veces se buscan las causas, en la mayor parte de estos solo se narra el hecho y el periodista da su opinión, parcial y parcializada desde sus subjetivos puntos de vista. Nadie, directivos o creadores de los medios televisivos que rinden culto al sistema neoliberal, se ha detenido a analizar y autocriticar el papel que juega la televisión en la desatada ola de violencia que estos mismos medios se encargan de publicitar.
Lo primero que se nota en la gran cantidad de reportes noticiosos cuyo tema se centra en algún hecho violento, es la juventud de sus protagonistas, tendencia que se manifiesta recurrentemente. Ahora bien, ¿puede influir la televisión en estas actitudes violentas, realmente tendrá algo que ver?
Un estudioso de la comunicación televisiva, Arthur Da Távola, al analizar el poder de penetración en la psiquis humana de este medio de difusión masiva, habla de fronteras borradas entre las edades, jerarquías del conocimiento y la autoridad, cuando afirma que “un niño que hoy tiene 10 años ya tuvo más contacto con la música que Beethoven en toda su vida.” La televisión permite que públicos de diferentes edades, concepciones políticas y religiosas, niveles de escolaridad y culturas convivan con el mismo hecho a la vez. La cantidad y calidad de la información que por esta vía reciben estos públicos de alguna manera influye en sus comportamientos, aunque tal influencia no puede ser medida ni controlada, como las de otras instituciones tradicionales: la escuela y la familia.
El prestigioso académico y realizador brasileño se pregunta en su libro “La libertad de ver”: ¿Quién es libre frente a la televisión? Allí hace un interesante análisis de las reacciones posibles del espectador, reconociendo cuatro instancias que dominan al receptor de la comunicación televisiva: la mimética, la empática, la reflexiva y la libertaria. La instancia mimética se refiere a la tendencia de las personas a mimetizar, incorporar, imitar o aceptar lo que proviene de la comunicación, obviamente en la medida que esto se acerque o refuerce sus códigos culturales o conceptuales. Siempre se ha dicho que la televisión crea “estereotipos dinámicos”, o sea, patrones de conducta, lo cual es común a las personas de cualquier nivel cultural. Esto es bien conocido y utilizado por los realizadores y creativos de televisión, sobre todo en la publicidad.
La instancia empática, que corre paralela a las otras, tiene que ver con los mecanismos emocionales que permiten al sujeto “ponerse en el lugar del otro” comprenderlo y solidarizarse con su actuación. Para Da Távola, las emisiones de televisión son las que más estimulan la vigencia de la instancia empática y de acuerdo a la tipología psicológica del receptor de la comunicación, la empatía puede ser predominante, esta suscita y propicia las relaciones “público-medio de comunicación” y elimina el control racional.
La instancia reflexiva actúa a nivel racional y aunque funciona al mismo tiempo de la emisión, puede continuar y ser ejercitada a posteriori, cuando el receptor de la comunicación realiza la lectura crítica, poniendo en movimiento sus patrones de juicio y reflexión. Esta instancia predomina en personas de mayor nivel cultural, aunque es común a todo receptor.
La instancia libertaria difiere de la reflexiva porque casi no exige la razón. Defiende lo que es profundo en cada individuo, sociedad, cultura o raza. Esta instancia preserva la individualidad del ser humano y su instinto de conservación. Da Távola hace una afirmación interesante cuando dice que “Ser esclavo y prisionero es el destino del hombre. Esclavo y prisionero hasta de sí mismo, de sus ideas, pero tiene una instancia profunda, la del libre albedrío (…). Activarla es ejercicio del hombre maduro”.
El análisis de estas instancias descritas nos aclara la real influencia de la televisión en el comportamiento del hombre-receptor de su comunicación. Posiciones acríticas por desconocimiento, bajo nivel cultural o simple aburrimiento del espectador, lo hace a éste más vulnerable ante los efectos que causa determinado producto comunicativo.
La televisión tiene efectos directos e indirectos.
El psicólogo Jung afirmaba que “la personalidad del hombre, como un todo, es indiscutible. Su conciencia puede ser descrita, pero su inconsciente no puede ser descrito, es siempre inconsciente.”
Los efectos directos de la televisión son objetivos e inmediatos, conocemos el incentivo al consumo a través de la publicidad, entretenimiento, cultura, información, etc. Los efectos indirectos no pueden ser medidos, sus consecuencias “penetran en las zonas de sombra de la psiquis individual y colectiva”.
La problemática está en la diferente capacidad de respuesta de cada individuo que observa en un mismo momento la televisión. Por eso al vivir públicos diferentes el mismo mensaje explícito o implícito de un producto mediático, a cada persona le afecta de forma diferente y con consecuencias imprevisibles.
Teniendo en cuenta estos efectos que provoca la televisión, más la morbosa repetición de escenas violentas y en muchas ocasiones mostrando a los protagonistas como “personajes pintorescos”, algo muy de moda en algunos países, cuyas televisiones ponen a delincuentes a narrar frente a cámara sus “aventuras” contadas con gracia y total desparpajo moral, en ocasiones hasta sin cubrirse el rostro, y no hablemos de telenovelas, filmes, series, noticias de farándula y un largo etcétera de productos televisivos en los cuales el principal ingrediente es la violencia, no resulta asombroso que la juventud, mimética, permeable, moldeable y con pocas características reflexivas, crea que la violencia es permitida y avalada por la misma sociedad, y en consecuencia asuman esos patrones de conducta. Así lo han verificado psiquiatras y pediatras que han estudiado la influencia de la televisión en la juventud, encontrando que estos (los jóvenes) pueden:
.- Imitar la violencia que observan en la televisión,
.- Identificarse con ciertos tipos, caracteres, víctimas y/o victimarios
.- Tornarse ¨inmunes¨ al horror de la violencia; y
Gradualmente aceptar la violencia como manera de resolver problemas.
La TV debe estar dirigida a fomentar valores y no a destruirlos. Nótese que en los países donde la televisión es más responsable, hay menos violencia y más respeto y apego a los valores, los niveles educacionales son más altos, a causa o como consecuencia de esto y viceversa. Las sociedades, a través de sus medios de control de las políticas educativas y de difusión, deben tomar cartas en este asunto y dirigir sus esfuerzos hacia una televisión más sana, más culta, donde el lenguaje y los conceptos no se lleven al nivel de los sectores más bajos, sino hacer que estos sectores eleven sus niveles culturales hacia más allá de la media, lógicamente sin renunciar al papel que de entretención, información y relax tiene este medio de comunicación masiva.
Pero mientras tanto esto no suceda, son los padres, en el seno de la familia, con sus valores y una estrecha vigilancia hacia lo que ven sus hijos en la televisión, los responsables de minimizar esos nocivos efectos, ignorados o simplemente soslayados por conveniencia (en búsqueda del controvertido rating).Hay que reconocer que la televisión, como una herramienta más en el conocimiento humano no es nociva en sí misma, sino que responderá al uso que le demos. Es un tema para reflexionar.

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